El hombre de Chiapas apenas había pisado tierra juarense cuando la violencia lo alcanzó. Lo interceptaron al salir del aeropuerto y, días después, fue rescatado con siete piezas dentales menos. Su historia, tan breve como brutal, revela la fragilidad con la que los migrantes llegan a una frontera que imaginan como un punto de paso, no como el inicio de otro infierno.

En Ciudad Juárez, pequeños grupos han hecho del secuestro una forma de vida que parece afianzarse en medio de la reducción de cruces hacia Estados Unidos, de acuerdo con las cifras difundidas por la Patrulla Fronteriza en los últimos meses.

La detención de dos presuntos responsables permitió saber que una mujer ecuatoriana también había sido retenida y que su familia pagó 18 mil dólares por su liberación. En semanas recientes, autoridades han liberado víctimas y detenido a sospechosos, pero la tendencia no cambia: el delito se mantiene, y la violencia no baja.

Según Luis Aguirre, subsecretario de Estado Mayor de la Policía del Estado, la mujer había contactado desde Ecuador a intermediarios vinculados al “Tren de Aragua”, buscando cruzar sin documentos, pero terminó cautiva en una vivienda del fraccionamiento Pradera Dorada desde el 30 de octubre, junto con los dos hombres interceptados cerca del aeropuerto.

En el lugar, además del rescate, se aseguró un fusil con dos cargadores calibre .223 y una bolsa con unos 16 kilos de mariguana. La Fiscalía informó que el adolescente detenido quedó bajo internamiento preventivo.

Las heridas de las víctimas evidencian el grado de violencia con el que operan estas pandillas, brazos armados de los grandes cárteles y entrenadas en la lógica del terror. Y mientras la ciudad intenta contener esta ola, persisten algunas preguntas: ¿qué hace falta para frenar un flagelo que atrapa a quienes ya venían huyendo? ¿Más inteligencia? ¿Más coordinación? La urgencia, en cualquier caso, es evidente.